Si decimos que el perro sirve como maestro del comportamiento social, suena bastante pretencioso, pero es exacto. El profesor Dr. Reinhold Bergler, director del Instituto de Psicología de la Universidad de Bonn, receta un perro como medicina a los niños con problemas terapéuticos y educacionales. En el lenguaje científico se dice: El perro es una ayuda para formar un comportamiento con pleno sentido de la responsabilidad, para adquirir responsabilidades sociales y convicciones profundas.
En la práctica ocurre así: el niño quiere tener un perro, un ser vivo de extraordinaria capacidad de comunicación, que siente la natural necesidad de seguir fielmente a alguien. Esto el niño no lo sabe todavía, considera al perro como remedio a su necesidad de cariño, como un juguete vivo, una persona que siempre esta a su lado cuando hace falta.
Los padres incorporan al perro a la familia para que sea protector del niño, compañero de juegos, alguien capaz de impedir que se aburra, como un camarada del hijo único.
Es ésta una relación que influirá decisivamente en la vida del niño. La amistad con un perro elimina las dificultades que los hijos únicos pueden tener para comunicarse con otros niños. Con un perro llevado por la correa ya se siente uno autosuficiente y se establecen contactos sin apenas tener que esforzarse. Los niños no pueden hablar con sus perros, pero seguro que no se quedaran mudos ante otros niños. Un perro es posible que sólo supla en parte la carencia de otros hermanos, pero suple perfectamente la carencia de amigos.
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